TIEMPOS DE INCERTIDUMBRE; ENTRE LA GUERRA Y LA PAZ
En los últimos tiempos; nuestra sociedad se ha visto afectada constantemente por la incertidumbre de una posible confrontación con nuestro vecino y el recrudecimiento de las acciones bélicas en marco del conflicto armado interno, sumándose a un aumento de la criminalidad en las principales ciudades. Estas circunstancias que nos afectan a todos, han generado nuevos temores que se reflejan en cambios socio culturales y que merecen ser objeto de reflexión a fin de poder determinar sus alcances, sus impactos y sus posibles consecuencias.
Para el caso de Venezuela; sin entrar en la discusión malsana de si estamos frente a un proceso dictatorial o no, es evidente que los intereses particulares y sectoriales han venido colocando en riesgo a dos pueblos tradicionalmente vinculados por diversas razones. Los vientos de guerra soplan, disfrazados de conciertos o ayudas humanitarias; mientras nos encontramos frente a un juego de guerra entre las potencias como manifestación de la “nueva geopolítica”, donde son utilizados territorios de países del “tercer mundo” como parte de sus ejercicios bélicos. El Presidente Duque, en búsqueda de mejorar su decaída imagen, busca aparecer ante la comunidad internacional como un defensor de la democracia, mientras que su política interna muestra una evidente crisis, su falsa solidaridad es contradictoria frente a las necesidades de las regiones y abandono a las poblaciones más vulnerables.
Sectores políticos afines a su administración y tradicionalmente sumisos ante las exigencias del gobierno americano, constituyen frente común despertando falsos nacionalismos; en contraposición a la perdida de legitimidad institucional que se enfrenta en Colombia. Es obvio que el auspiciar acciones de intervención en la política interna del vecino, ha logrado temporalmente como efecto distractor mejorar la imagen del Presidente Duque; pero es un arma de doble filo que no ha sido evaluada a plenitud. El apoyo a grupos de “resistencia” de la oposición que desde la frontera lanzan sus ataques a territorio venezolano, constituyen una evidente violación al Derecho Internacional y podrían colocar en difícil situación a esta nueva “estrella” de la política latinoamericana.
Vale la pena también reflexionar frente a la incongruencia en las acciones; en tanto, la oposición y sus representantes se alojan en hoteles lujosos y el traslado se su “presidente” se realiza en aviones de la Fuerza Aérea Colombiana a expensas de nuestros impuestos, nuestros ciudadanos en algunas regiones del país que enfrentan graves crisis o emergencias, son invisibilizados con la complicidad de los grandes medios de comunicación. Por otro lado; los costos logísticos y de seguridad en las zonas de frontera para las llamadas “acciones humanitarias”, también son asumidas por nuestro pecunio, menoscabando los presupuestos nacionales y de las regiones que deberían sufragar las soluciones a las problemáticas que tradicionalmente nos han afectado. Finalmente, el proceso migratorio sin control con sus impactos socio económicos, con la correspondiente afectación a la seguridad integral y la convivencia ciudadana, generan riesgos y costos a todos los niveles, que empiezan a menoscabar la estabilidad de los modelos de asistencia y el tejido social en todo el territorio nacional.
Y aun a pesar de lo expuesto; algunos sectores motivados histéricamente por los grandes medios y por la doctrina intervencionista americana, claman a gritos una intervención militar que utilice al territorio nacional como una catapulta de una “guerra por el petróleo”. Voces insensatas que no han analizado las consecuencias económicas, políticas y sociales de una intervención que utilice nuestro territorio y a las Fuerzas Militares como herramientas de un juego entre las potencias, donde los Rusos y los Chinos, también poseen importantes intereses. Pero, es obvio que estos “adalides del nacionalismo”, en alto número pertenecientes a las clases populares y educados por la cajita mágica y sus maestros RCN y CARACOL, no han visualizado que ante una confrontación en frontera sus propios hijos serán la avanzada de una invasión ajena, con toda una vida por perder y muy poco que ganar; como lo fuéramos en el Sinaí y en Corea, solo seremos carne de cañón del gran “hermano americano”.
En relación con el conflicto armado interno; los vientos de paz esperanzadores por los acuerdos suscritos con las Farc, se han ido convirtiendo en una imperceptible brisa que pareciera condenada a desparecer; las disidencias se han fortalecido rápidamente con los recursos desviados por la corrupción y la evidente incidencia en el narcotráfico, nuevas fronteras y controles territoriales por parte de estos grupos se pueden evidenciar diariamente, muy a pesar de las acciones mediáticas del gobierno, que considera que los golpes a cabecillas pueden representar paliativo al incremento en número de estos actores del conflicto armado. Zonas que fueron presentadas con grandes eventos, como territorios de paz nuevamente se ven enmarcadas en el conflicto; con fantasmas del pasado que viven en el presente, con las herramientas del futuro. A pesar de las voluntades, por materializar en algunos casos los acuerdos establecidos, es evidente la debilidad política de los actores y el crecimiento de la violencia en los territorios tradicionalmente vinculados al conflicto con la presencia de nuevos actores.
El ELN; después del fallido proceso de negociación donde se hizo obvia la ruptura interna y la crisis de mando, se encuentra en procesos de “bipolaridad ideológica” y de un contraste entre los retos históricos y la capacidad de renovarse frente a las exigencias políticas del nuevo milenio; su incongruencia entre lo dicho y lo hecho, ha minado la capacidad de credibilidad de su discurso, asilándose de sectores más civilistas, que hasta hace un poco aún creían valida su opción como un mecanismo más de lucha por el poder. Determinante para su situación actual, fueron los reprochables hechos acontecidos en la Escuela de Policía “General Santander”, donde no solo la orden de un mando se convirtió en responsabilidad de toda su organización, dando al traste con las negociaciones que se venían desarrollando; sino a la pérdida de confianza ante una sociedad que buscaba consolidar una paz relativa, como respuesta a los discursos guerreristas de algunos sectores y allí el ELN, a sabiendas o no, se convirtió en el mejor jefe de prensa para el discurso de esa ultraderecha que contaba con el discurso, pero no con la justificación.
Todos estos actores vinculados históricamente al conflicto armado; han tomado en las regiones, el narcotráfico como herramienta de financiamiento en las primeras etapas de insurgencia y como forma de lucro de mandos en las ultimas. Sus vínculos con el narcotráfico, son cada vez más peligrosos para la seguridad integral y para la estabilidad de la sociedad; ya no estamos frente a la figura de capos colombianos, que utilizaban acuerdos y pago de impuestos con actores del conflicto, como un mecanismo de “seguridad” para sus negocios y cuyo interés único era la acumulación de capitales a través del tráfico de estupefacientes en cada una de sus etapas; en la actualidad nos enfrentamos a organizaciones criminales transnacionales, principalmente vinculadas a carteles mexicanos, con intereses de control territorial, eliminación de opositores legítimos e ilegítimos y la utilización de estas fuerzas como “ejércitos privados” con tareas de seguridad, control, intimidación y aniquilación. Esta nueva característica, nos lleva a una pérdida del control territorial y de la legitimidad institucional, que afecta las relaciones de la comunidad y menoscaba directamente sus derechos fundamentales y sume en la dinámica del terror a estas poblaciones; en resumen, mientras esta administración intenta retomar el control de la casa del vecino, está perdiendo el de su propia casa.
Finalmente, la criminalidad en los espacios urbanos, ha crecido de manera desmedida en los últimos años vinculada a diversos factores, todos de crucial importancia; por una parte tenemos el incremento de estructuras criminales al mando de redes de distribución al menudeo, ya no es un “microtráfico”, es la manifestación al detal de un crecimiento de la producción que sobrepasa la demanda externa, situación que se refleja en la necesidad de nuevos mercados internos con adictos de diversos rangos poblacionales y por ende en el crecimiento de acciones delictivas para el sostenimiento de estas adicciones; se suman este fenómeno los procesos mal planificados de intervención de “Ghetos”, históricamente vinculados a estos fenómenos, lo cual dio como resultado la recuperación de espacios territoriales reducidos en contraposición con una posterior atomización en todo el perímetro de las ciudades, constituyendo conflictos entre grupos criminales, afectaciones al equipamento urbano y un crecimiento de la percepción de inseguridad en el ciudadano del común.
Los procesos migratorios de venezolanos hacia nuestro territorio, también enmascaro la presencia de nuevos actores en la delincuencia tradicional, los grupos trasfronterizos de un lado y los delincuentes individuales por otra; las primeras que afianzaron inicialmente sus acciones delictivas en alianzas con bandas, combos y parches nacionales, para posteriormente enfrentarse a sus antiguos aliados por el control de las especialidades criminales, a las cuales se dedicaban conjuntamente. Los segundos, tuvieron dos alternativas; el actuar de manera solitaria o en pequeños grupos, principalmente vinculados al “cosquilleo”, el asalto a mano armado tanto a ciudadanos, vehículos y establecimientos de comercio; mientras algunos tomaron la segunda opción de vincularse a empresas criminales ya establecidas, oficinas de cobro, trata de personas y distribución al menudeo de estupefacientes principalmente.
La crisis económica tampoco ha sido actor ausente de estos fenómenos de criminalidad; el ejercicio de la prostitución, bajo una actitud permisiva o negligente de las autoridades en ciudades como Bogotá, Medellín, Cali y otras de la costa atlántica y zonas fronterizas, ha constituido la fachada perfecta para la mimetización de actividades criminales; junto con un incremento de la economía informal, que han fortalecido nuevas estructuras mafiosas, desde los llamados “gota a gota”, el alquiler ilegal del espacio público, hasta los homicidios selectivos y la explotación de menores. La conjunción perfecta de esta fenomenología y el avance de la pobreza extrema, con la ampliación de cordones de miseria, constituyen un espacio propicio para el crecimiento de los fenómenos delictivos, abonados por la desesperanza de las nuevas generaciones, la exclusión, la discriminación y la deslegitimación de los agentes institucionales encargados del control y persecución de la criminalidad.
Tras este breve análisis; podemos asegurar que nuestra sociedad se debate en una sociedad del terror, bajo la incertidumbre del conflicto y la dualidad entre una paz etérea pero necesaria y una guerra perversa pero latente. Los recuerdos colectivos parecieran sumirse en el olvido, la memoria de nuestra población, parece haber tejido un manto silencioso de negación; pareciera que los muertos, desaparecidos, mutilados, y todo el sinnúmero de victimas solo fueran parte de una historia ficticia y ajena. Olvidamos los tableteos de las armas, el retumbe de las explosiones y los gritos de viudas y huérfanos; negamos los recuerdos para hacerle trampa al dolor. Pero a pesar de estas experiencias vividas, aun muchos alzan su voz para clamar a la guerra como plebe romana en el coliseo, sin traer a los recuerdos que sus propios hijos y demás familiares serían las víctimas de estos nuevos escenarios de conflicto, como siempre en favor de intereses ajenos y distantes.
Más que nunca, se hace actual el llamado a las responsabilidades individuales en beneficio del bienestar colectivo, nuestras decisiones del hoy serán origen de los juzgamientos futuros. No se trata de salvar al mundo o ganar la guerra; todo solo puede cambiar, si cada uno de nosotros hace lo correcto, con el sacrificio y la entrega para salvar el día.
Por: Ferney Idrobo Molina.
Director Observatorio Distrital de Convivencia, Paz y Seguridad
-ODCOPAS
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